PROBLEMAS EMERGENTES EN NUESTRA SOCIEDAD

03.05.2024

A las situaciones de fondo que hemos planteado se suman las dificultades que, como sociedad, tenemos hoy frente a nuestros ojos de modo evidente y, más allá de las posturas políticas de cada uno, suponen desafíos que estamos llamados a afrontar con sentido de unidad porque los problemas que nos afligen no tienen color político.

Aflora inmediatamente el problema de la seguridad pública que, sabemos, no tiene fácil solución. El número de homicidios no ha disminuido y golpea nuestra conciencia de un modo especial cuando se trata de niños asesinados o heridos por balas que no estaban destinadas a ellos, pero que segaron sus vidas. A la problemática social que está en el origen de muchos delitos se suma la plaga del narcotráfico en diversas escalas, que ha llevado a que en algunos barrios se viva una guerra de bandas con terribles consecuencias.

Las cárceles están superpobladas y la situación en ellas es muy dura, como lo hace ver la cantidad de hechos de violencia que allí se suceden. Hay experiencias de reinserción de los que son liberados; pero parece poco frente a la población que, día a día, sale o entra a los centros penitenciarios. Hay un núcleo de pobreza dura que nos interpela, sobre todo cuando ésta adquiere «rostro de niño». Los diversos gobiernos y muchos actores de la sociedad han hecho esfuerzos para combatirla; pero sigue habiendo un porcentaje de uruguayos que vive en condiciones indignas. No es sólo un tema de dificultades económicas sino también de oportunidades y de educación.

Como otro signo que nos inquieta vemos que las personas en situación de calle han aumentado en número, no solo en la capital, sino también en ciudades del interior, caracterizándose por ser en su gran mayoría jóvenes adictos y personas con problemas de salud mental.

Esta realidad nos interpela a cambiar la cultura del descarte por la cultura de la compasión, a crear puentes de acercamiento para que la brecha no siga creciendo. Toca a las diversas instituciones de la sociedad trabajar por una ética de la equidad que genere nuevos puestos de trabajo y dé a la economía un rostro más humano.

El flagelo de las adicciones ha entrado fuertemente en nuestra sociedad, porque ante el vacío existencial de la falta de sentido muchos hermanos buscan un escape. Las adicciones son múltiples. Suele relacionárselas con el consumo de alcohol y de otras drogas, que se sigue extendiendo; pero a éstas se suman otras, de apariencia inofensiva, como la hiper conexión a las redes y plataformas de juegos, que afectan especialmente a niños y jóvenes, alterando los vínculos familiares y rompiendo el tejido social. La extendida adicción a la pornografía causa también mucho daño, banalizando la sexualidad humana y desviándola de su sentido de expresión de un amor conyugal auténtico y fecundo.

La familia se ve afectada por la cultura individualista y la falta de un apoyo fuerte hacia ella, como establece el mandato constitucional. Hay una creciente dificultad en asumir compromisos de por vida. La realidad de la familia, basada en el matrimonio de un varón y una mujer con la mirada puesta en la transmisión de la vida, parece cosa del pasado. Disminuye la natalidad. Se posponen los hijos, perdiéndose a veces los tiempos de mayor fecundidad. Muchas veces parece no haber interés o deseo de traer hijos al mundo. No se tiene conciencia de lo que significa el aborto, cuya gravedad nuevamente señalamos como una herida profunda a nuestra conciencia moral como sociedad y cuyos números, fríamente publicados, no dejan de ser la "matanza de los inocentes" practicada ante la indiferencia de la mayoría. "Una sociedad sin niños, una sociedad que no protege la vida de los más indefensos, es una sociedad que pierde el sentido de la vida, se envejece, se entristece, se suicida", decíamos hace cinco años. Se suma a esta realidad el proyecto de ley de eutanasia, que vuelve a poner sobre el tapete la posibilidad de que algunas vidas puedan ser consideradas descartables y no se asume el peso tremendo que se pone sobre la conciencia de aquellos que, disminuidos en sus fuerzas físicas por la enfermedad o la vejez, puedan sentirse una carga para su familia y para la sociedad.

El trabajo sigue siendo un pilar fundamental de la existencia humana, no solo para ganar su sustento cotidiano, sino como camino de realización personal, aunque preocupa, en algunos casos, la pérdida de una cultura del trabajo. Hoy la Inteligencia Artificial, como lo han sido tantos otros desarrollos de la tecnología, aparece como amenaza a los empleos de muchos. La preocupación por crear nuevos puestos de trabajo, debe llevar al Estado a seguir promoviendo la inversión y facilitar el desarrollo de las diferentes áreas de producción, pero también a cuidar los derechos básicos de los hombres y mujeres del trabajo, así como la protección de la Casa común. Muchas veces hemos expresado nuestro reconocimiento y gratitud a los trabajadores, que sostienen con su esfuerzo cotidiano el conjunto de la vida social. Pensamos también en los emprendedores del agro y de la industria, que pueden constituirse en verdaderos motores de riqueza, prosperidad y felicidad pública.

El cuidado de la Casa común, al que nos invita el papa Francisco, y al que nos hemos referido, es una responsabilidad de todos, que tiene que ver con el presente y el futuro de la humanidad. Sabemos que abarca diversos aspectos como la finitud de los recursos naturales, el cambio climático y el uso que hacemos de los bienes. También en nuestra realidad nos vemos enfrentados a situaciones preocupantes, que exigen una respuesta y compromiso para los que todos debemos educarnos.