UN PAÍS CONSTRUIDO EN BASE A ACUERDOS Y DIÁLOGO

24.04.2024

El epitafio de la tumba del Pbro. Dámaso Antonio Larrañaga en la catedral de Montevideo fue escrito por el Prof. Juan Pivel Devoto. Al final dice: "El culto a su memoria armoniza los sentimientos colectivos". Larrañaga fue un hombre de su tiempo y un sacerdote cabal. Una figura estupenda que reunía en sí al ilustrado y al científico, al educador y al legislador, al hombre político y al formador de generaciones. Sus opciones políticas a lo largo de su vida son discutibles; pero su amor a la patria y a su gente, su pasión por el progreso de sus habitantes fue una constante. A su muerte, en 1848, el Uruguay naciente estaba en plena Guerra Grande. Se detuvieron las hostilidades para que, tanto el gobierno de la Defensa como el del Cerrito, pudieran rendir homenaje al primer Vicario Apostólico.

Esta figura de nuestra historia, con sus generosos aportes y sus contradicciones, sin identificación partidaria, nos ayuda a levantar la mirada y percibir que en nuestra más profunda identidad como nación está el acordar, dialogar, llegar a consensos, amnistiar, perdonar, buscar lo mejor para el país y su gente. Nuestros conflictos y guerras civiles, algunos extremadamente duros, dejaron el dolorosísimo recuerdo del enfrentamiento entre hermanos y, al mismo tiempo, al llegar la paz, dieron lugar a que aflorara la magnanimidad, sin la cual es imposible la convivencia en una sociedad fracturada.

Las rivalidades de nuestros caudillos dieron cauce también a estilos, modos de pensar y de actuar, miradas diversas sobre el mundo y nuestra historia, sensibilidades que tenían que ver con nuestra raíz más hispánica o más cosmopolita. En ese tiempo de fronteras no totalmente definidas, nuestros enfrentamientos se entremezclaban con los de nuestros vecinos; pero la identidad nacional se fue consolidando frente a los que dudaban de nuestra viabilidad. Los uruguayos fuimos, finalmente, capaces de ir delineando nuestros destinos y de ir afirmando nuestro ser nacional, abierto al flujo de inmigrantes que enriquecía nuestro andar.

La Iglesia acompañó la marcha de nuestro país, primero como Iglesia oficial y luego a la intemperie con respecto al Estado. En 1878 se creó la diócesis de Montevideo y su primer obispo, el beato Jacinto Vera, fue el prototipo de la Iglesia consustanciada con el país, promotora de la paz, impulsora de la educación, servidora de los pobres, cercana a todos. (Continúa mañana)


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