“No hay nada más humano, nada más divino, que saber decir: necesito”
En la audiencia general en la plaza de San Pedro, el Pontífice reflexiona sobre la humanidad de Cristo en los últimos momentos antes de su muerte, cuando en la cruz dice tener sed y le ofrecen una esponja empapada en vinagre. "En la sed de Cristo podemos reconocer toda nuestra sed". "No hay nada más humano, nada más divino, que saber decir: necesito".
Vatican News
"La medida de nuestra humanidad no la da lo que podemos conquistar, sino la capacidad de dejarnos amar y, cuando es necesario, también ayudar"
Lo afirmó el Papa León XIV en la catequesis de la audiencia general de hoy, 3 de septiembre, ante los numerosos fieles congregados en la Plaza San Pedro, a quienes saludó durante su larga vuelta en papamóvil antes del comienzo de su meditación. "En una época que premia la autosuficiencia, la eficiencia, el rendimiento" el Pontífice invita reconocer los propios límites y fragilidades para conocer el amor de Dios.
El Obispo de Roma centra su reflexión en el pasaje evangélico de Juan, que relata "el momento más luminoso y a la vez más oscuro de la vida de Jesús", es decir, los últimos instantes antes de su muerte, en el cual dice que tiene "sed" y se le ofrece una esponja empapada en vinagre. En ese "grito silencioso", explica el Papa, hay un Dios que "ha querido compartir todo de nuestra condición humana" y "se deja atravesar también por esta sed".
En la sed de Cristo podemos reconocer toda nuestra sed. Y aprender que no hay nada más humano, nada más divino, que saber decir: necesito. No temamos pedir, sobre todo cuando nos parece que no lo merecemos. No nos avergoncemos de tender la mano. Es precisamente allí, en ese gesto humilde, donde se esconde la salvación.
El hombre no se realiza en el poder
"En la cruz, Jesús no aparece como un héroe victorioso, sino como un mendigo de amor. No proclama, no condena, no se defiende. Pide, humildemente, lo que por sí solo no puede darse de ninguna manera", subraya el Papa. Y explica que Cristo, al afirmar que tiene sed, "manifiesta su humanidad y también la nuestra", porque "ninguno de nosotros puede bastarse a sí mismo. Nadie puede salvarse por sí mismo" insiste el Santo Padre. "La vida se 'cumple' no cuando somos fuertes, sino cuando aprendemos a recibir".
Esta es la paradoja cristiana: Dios salva no haciendo, sino dejándose hacer. No venciendo al mal con la fuerza, sino aceptando hasta el fondo la debilidad del amor. En la cruz, Jesús nos enseña que el ser humano no se realiza en el poder, sino en la apertura confiada a los demás, incluso cuando son hostiles y enemigos. La salvación no está en la autonomía, sino en reconocer con humildad la propia necesidad y saber expresarla libremente.
Sed de amor y justicia
El Papa evidencia además que el "cumplimiento de nuestra humanidad en el diseño de Dios no es un acto de fuerza, sino un gesto de confianza. Jesús no salva con un golpe de efecto, sino pidiendo algo que por sí solo no puede darse".
Y aquí se abre una puerta a la verdadera esperanza: si incluso el Hijo de Dios ha elegido no bastarse a sí mismo, entonces también su sed —de amor, de sentido, de justicia— no es un signo de fracaso, sino de verdad.
Pedir no es indigno sino liberador
Una verdad simple pero difícil de aceptar, nota el Papa, observando que "vivimos en una época que premia la autosuficiencia, la eficiencia, el rendimiento".
Sin embargo, el Evangelio nos muestra que la medida de nuestra humanidad no la da lo que podemos conquistar, sino la capacidad de dejarnos amar y, cuando es necesario, también ayudar. Jesús nos salva mostrándonos que pedir no es indigno, sino liberador. Es el camino para salir de la ocultación del pecado, para volver al espacio de la comunión. Desde el principio, el pecado ha generado vergüenza. Pero el perdón, el verdadero, nace cuando podemos mirar de frente nuestra necesidad y ya no temer ser rechazados.
En el pedir se abre un camino de libertad
"La sed de Jesús en la cruz es entonces también la nuestra" asegura León XIV. "Es el grito de la humanidad herida que sigue buscando agua viva. Y esta sed no nos aleja de Dios, sino que nos une a Él". Y asegura que si tenemos el valor de reconocerla, podemos descubrir que también nuestra fragilidad es un puente hacia el cielo".
Precisamente en el pedir —no en el poseer— se abre un camino de libertad, porque dejamos de pretender bastarnos a nosotros mismos. En la fraternidad, en la vida sencilla, en el arte de pedir sin vergüenza y de ofrecer sin cálculo, se esconde una alegría que el mundo no conoce. Una alegría que nos devuelve a la verdad original de nuestro ser: somos criaturas hechas para dar y recibir amor.