EL QUE ES FIEL A MI PALABRA NO MORIRÁ JAMÁS

07.04.2022

Evangelio según San Juan 8,51-59.

Jesús dijo a los judíos:
"Les aseguro que el que es fiel a mi palabra, no morirá jamás".
Los judíos le dijeron: "Ahora sí estamos seguros de que estás endemoniado. Abraham murió, los profetas también, y tú dices: 'El que es fiel a mi palabra, no morirá jamás'.
¿Acaso eres más grande que nuestro padre Abraham, el cual murió? Los profetas también murieron. ¿Quién pretendes ser tú?".
Jesús respondió: "Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. Es mi Padre el que me glorifica, el mismo al que ustedes llaman 'nuestro Dios',
y al que, sin embargo, no conocen. Yo lo conozco y si dijera: 'No lo conozco', sería, como ustedes, un mentiroso. Pero yo lo conozco y soy fiel a su palabra.
Abraham, el padre de ustedes, se estremeció de gozo, esperando ver mi Día: lo vio y se llenó de alegría".
Los judíos le dijeron: "Todavía no tienes cincuenta años ¿y has visto a Abraham?".
Jesús respondió: "Les aseguro que desde antes que naciera Abraham, Yo Soy".
Entonces tomaron piedras para apedrearlo, pero Jesús se escondió y salió del Templo.


San Efrén (c. 306-373)

Diácono en Siria, doctor de la Iglesia

Sobre Abrahán e Isaac

«Abrahán vio mi día, y se llenó de alegría»

Por su avanzada edad, Abrahán y su mujer eran ya incapaces de dar vida; en el cuerpo de los dos se había extinguido ya la juventud, pero su esperanza en Dios se mantenía viva; no desfallecía jamás, era indestructible. Por eso Abrahán, contra toda esperanza, engendró a Isaac que fue una figura según el placer del Señor. 

En efecto, no era natural que el seno ya muerto de Sara pudiera concebir a Isaac y le alimentara con su leche; no era más que la Virgen María que, sin conocer varón, concibió al Salvador del mundo y lo dio a luz sin perder su integridad... 

El ángel, delante de la tienda, había dicho al patriarca: «El año próximo, en esta época, Sara tendrá un hijo» (Gn 18,14). También el ángel dijo a María: «La Llena-de-Gracia dará a luz un hijo» (Lc 1, 28.31). Sara, mirando al ángel, se rió pensando en su esterilidad (v. 12); sin creer a la palabra que se le anunciaba, exclamó: «¿Cómo Abrahán y yo podremos tener un hijo? ¡Los dos somos ya viejos!». María, pensando en la virginidad que quería conservar, dudaba; dijo: «¿Cómo será eso pues no conozco varón?» (Lc 1, 34). Ciertamente que la promesa era contra la naturaleza, pero aquel que contra toda esperanza había dado Isaac a Sara es verdaderamente el mismo que, según la carne, nació de la Virgen María. 

Cuando, según la palabra de Dios, nació Isaac, Sara y Abrahán se llenaron de gozo. Cuando Jesús vino al mundo, tal como lo había anunciado el ángel Gabriel, María y José se llenaron de alegría... «¿Quien había de decir a Abrahán que Sara, a su edad, amamantaría a un hijo?» exclamaba la estéril. «¿Quién había de decir al mundo que de mi seno virginal alimentaría a un hijo con mi leche?» exclamaba María. De hecho, no es por causa de Isaac que Sara se puso a reír, sino a causa del que había de nacer de María; e igual que Juan Bautista manifestó su alegría saltando de gozo en el seno de su madre, Sara manifestó la suya, riéndose.