EL QUE SE UNE A DIOS VE AL PELIGRO SIN TEMOR

02.12.2021

Evangelio según San Mateo 7,21.24-27.

Jesús dijo a sus discípulos:
"No son los que me dicen: 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca.
Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.
Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena.
Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande".


San Claudio de la Colombière (1641-1682)

Jesuita, Diario espiritual 

Unirse al Eterno, nuestra roca

Pensando en la eternidad de Dios, me la representé como una roca inmóvil en el borde de un río, desde dónde el Señor vería pasar todas las criaturas sin alterarse y sin pasar nunca él mismo. Todos los hombres que se apegan a las cosas creadas aparecen como gente llevados por la corriente de agua, que se unen unos a una plancha, otros a un tronco de árbol o a un montón de escoria que creían algo sólido. Todo es llevado por la corriente. Los amigos mueren, la salud se consume, la vida pasa, se llega a la eternidad sobre esos apoyos pasajeros como a un gran mar al que no se puede evitar entrar y perderse. 

Percibimos cuán imprudente ha sido no unirse a la roca, al Eterno. Quisiéramos regresar, pero las olas nos han llevado demasiado lejos, no podemos volver y es necesario perecer con las cosas perecederas. Un hombre que se une a Dios ve sin temor el peligro. En todo lo que ocurre, aunque revoluciones estallen, se encuentra siempre en su roca. Dios no escapa, ha abrazado a Dios y fue asido por él. La adversidad da lugar a alegrarse por la buena opción hecha. Posee a su Dios. La muerte de sus amigos, parientes o de los que lo estiman y favorecen, el distanciamiento, cambio de empleo o lugar, la edad, enfermedad o muerte, no le quitan nada de sus Dios. Está siempre contento, diciendo en la paz y alegría de su alma: "Mi dicha es estar cerca de Dios: yo he puesto mi refugio en ti Señor" (Sal 73 [74],28).