SAN AGUSTÍN COMENTA LAS BIENAVENTURANZAS

29.01.2023

Exposición de la primera parte del sermón del Señor en el monte,
contenido en el capítulo 5 del evangelio de San Mateo

CAPÍTULO I

Valor cristiano de las bienaventuranzas

1. Si alguno con fe y con seriedad examinara el discurso que Nuestro Señor Jesucristo pronunció en la montaña, como lo leemos en el Evangelio de San Mateo, considero que encontraría la forma definitiva de vida cristiana, en lo que se refiere a una recta moralidad. Y esto no lo decimos a la ligera, sino que lo deducimos de las mismas palabras del Señor; en efecto, de tal manera concluye el sermón, que parece estar presente todo aquello que pertenece a una recta información de la vida cristiana. Pues dice así: Todo aquel que oye estas palabras mías y las lleva a la práctica, lo asemejaré a un hombre sabio que construyó su propia casa sobre roca. Descendió la lluvia, salieron de madre los ríos, soplaron los vientos y dieron con ímpetu sobre aquella casa y no se derrumbó, pues estaba edificada sobre roca. Y todo aquel que oye este discurso y no lo lleva a la práctica, lo comparo con aquella persona necia que construye su casa sobre arena. Descendió la lluvia, se desbordaron los ríos y soplaron los vientos y dieron con ímpetu sobre aquella casa y se derrumbó y su ruina fue grande 1. Pero no dijo solo quien escucha mis palabras, sino que añadió: quien escucha estas palabras mías, indicando con estas palabras que pronunció el Señor sobre el monte y que informan de tal manera la vida de aquellos que quieran vivir según ellas, que con toda razón se pueda comparar a aquel que edificó sobre piedra. Queriendo decir con esto que en el discurso aparecen todas las normas que regulan la existencia cristiana. Pero de esto se tratará de forma más amplia en otro lugar.

Simbolismo del monte

2. Comienza así este discurso: Habiendo visto [Jesús] a la multitud, subió al monte. Sentándose se acercaron a él sus discípulos y tomando la palabra les enseñaba diciendo 2. Si se preguntara qué significa el monte, se entendería correctamente referido a los preceptos mayores de la justicia, ya que los menores iban los dirigidos a los judíos. Por tanto, un único Dios mediante sus santos profetas y ministros, según una ordenada distribución de los tiempos, dio los preceptos menores al pueblo que era oportuno sujetar todavía con el temor; y por medio de su Hijo, dio los mayores al pueblo, que convenía fuese liberado por la caridad. De esta manera son dados preceptos menores a los más pequeños y mayores a los más grandes y son dados por Aquel que sabe dar al género humano cuidados congruentes, según las necesidades propias de los tiempos. Y no es de extrañar que hayan sido dados por un mismo Dios, que hizo el cielo y la tierra, preceptos mayores por el reino de los cielos y menores por el reino terrenal. De esta justicia mayor se dijo por el profeta: Tu justicia es como los montes de Dios 3. Esto simboliza convenientemente que el único Maestro, el solo idóneo para enseñar tantas verdades, enseña sobre el monte. Además enseña sentado, cosa que pertenece a la dignidad del Maestro. Acércanse a Él sus discípulos con el fin de que, al escuchar sus palabras, estuviesen más cerca con el cuerpo aquellos que se adherían más con el espíritu en el observar los preceptos. Toma la palabra y les enseñaba diciendo 4. La perífrasis con la que dice: y tomando la palabra, quizás quiera decir que el discurso será más largo que otras veces, al menos que, el haber dicho que ahora él ha tomado la palabra, incluya que él mismo preparase a hablar a los profetas en el Antiguo Testamento.

Felices los pobres en el espíritu

3. Pero oigamos a aquel que dice: Felices los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos 5. Leemos que se ha escrito sobre el deseo de los bienes de la tierra: Todo es vanidad y presunción del espíritu 6; ahora bien, presunción del espíritu significa arrogancia y soberbia. El común de la gente dice que los soberbios poseen un gran espíritu ciertamente, y es porque también en algunos momentos al viento se le llama espíritu. Por esto, en la Escritura leemos: el fuego, granizo, nieve, hielo, espíritu de tempestad 7. ¿Quién podría ignorar que los soberbios son considerados inflados, como si estuviesen dilatados por el viento? De donde viene aquello del Apóstol: La ciencia hincha, la caridad edifica 8. También por esto en el texto bíblico son significados como pobres en el espíritu los humildes y aquellos que temen a Dios, es decir, los que no poseen un espíritu hinchado. Y no debía comenzar la bienaventuranza de otro modo, dado que debe llegar a conseguir la suma sabiduría. En efecto, el principio de la sabiduría es el temor del Señor 9, puesto que, por el contrario, está escrito que el principio de todo pecado es la soberbia 10. Por consiguiente, los soberbios apetezcan y amen los reinos de la tierra: Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos 11.

CAPÍTULO II

Felices los humildes

4. Felices los humildes, porque poseerán la tierra por herencia 12. Creo que se alude a aquella tierra a la que se refieren los salmos: Tú eres mi esperanza, mi porción en la tierra de los vivientes 13. En efecto, simboliza una cierta solidaridad y estabilidad de la herencia perenne, porque en ella el alma, mediante un buen afecto, reposa como en su propio lugar, de la misma forma que el cuerpo sobre la tierra y de ahí toma su alimento como el cuerpo de la tierra. Ella misma es el descanso y la vida de los santos. Son humildes quienes ceden ante los atropellos de quienes son víctimas y no hacen resistencia a la ofensa, sino que vencen el mal con el bien 14. Litiguen, pues, los soberbios y luchen por los bienes de la tierra y del tiempo; no obstante, felices los humildes, porque tendrán como heredad la tierra 15, aquella de la cual no han podido ser expulsados.

Felices los que lloran

5. Felices los que lloran, porque ellos serán consolados 16. El luto es la tristeza por la pérdida de los seres queridos. Los convertidos a Dios pierden todo aquello a lo que estaban abrazados en este mundo; pues ya no se alegran con las cosas que se alegraban en otro tiempo y, mientras que no se produzca en ellos el amor de los bienes eternos, están doloridos de una cierta tristeza. Serán, pues, consolados por el Espíritu Santo, ya que especialmente por esto se le llama Paráclito, es decir Consolador, a fin de que, dejando las cosas temporales, se gocen en las eternas alegrías.

Felices los hambrientos de virtud

6. Felices los que tienen hambre y sed de la justicia, porque serán saciados 17. Se refiere aquí a los amadores del bien verdadero y eterno. Serán, pues, saciados de aquella comida de la que dijo el Señor: Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre 18, que es la justicia, y de aquella agua de la cual quien beba, como Él mismo dice, se convertirá en él en fuente de agua que salta hacia la vida eterna 19.

Felices los misericordiosos

7. Felices los misericordiosos, porque de ellos se hará misericordia 20. Llama felices a los que socorren a los infelices, porque a ellos se les dará como contrapartida el ser librados de la infelicidad.

Felices los de corazón limpio

8. Felices los que tiene un corazón limpio, porque ellos verán a Dios 21. Son insensatos los que buscan a Dios con los ojos del cuerpo, dado que se le ve con el corazón, como está escrito en otro lugar: Buscadlo con sencillez de corazón 22. Un corazón limpio es un corazón sencillo. Y como esta luz del día solo puede ser vista con ojos limpios, así no se puede ver a Dios si no está limpia la facultad con la cual puede ser visto.

Felices los pacíficos

9. Felices los hacedores de paz, porque se llamarán los hijos de Dios 23. La perfección está en la paz, donde no hay oposición alguna; y, por tanto, son hijos de Dios los pacíficos, porque nada en ellos resiste a Dios; pues, en verdad, los hijos deben tener la semejanza del Padre. Son hacedores de paz en ellos mismos los que, ordenando y sometiendo toda la actividad del alma a la razón, es decir a la mente y a la conciencia, y dominando todos los impulsos sensuales, llegan a ser Reino de Dios, en el cual de tal forma están todas las cosas ordenadas, que aquello que es más principal y excelso en el hombre, mande sobre cualquier otro impulso común a hombres y animales, y lo que sobresale en el hombre, es decir la razón y la mente, se someta a lo mejor, que es la misma verdad, el Unigénito del Hijo de Dios. Pues nadie puede mandar a lo inferior si él mismo no se somete a lo que es superior a él. Esta es la paz que se da en la tierra a los hombres de buena voluntad 24, es la vida dada al sabio en el culmen de su perfección. De este mismo reino tranquilo y ordenado ha sido echado fuera el príncipe de este mundo, que es quien domina a los perversos y desordenados. Establecida y afianzada esta paz interior, sea cual fuere el tipo de persecución que promueva quien ha sido echado fuera, crece la gloria que es según Dios; y no podrá derribar parte alguna de aquel edificio y con la ineficacia o impotencia de las propias máquinas de la guerra, significa la gran solidez con que está estructurada desde el interior. Por esto continúa: Felices aquellos que sufren persecución por ser honestos, porque de ellos es el reino de los cielos 25.

CAPÍTULO III

Epílogo de ocho sentencias

10. Todas estas bienaventuranzas constituyen ocho sentencias. Y como convocando a otros, se dirige, no obstante, a los presentes diciéndoles: Seréis felices cuando hablen mal de vosotros y os persigan 26. Hablaba en general en las sentencias anteriores, pues no dijo: Felices los pobres en el espíritu, porque vuestro es el reino de los cielos, sino porque de ellos es el reino de los cielos 27; ni dijo: Felices los mansos, porque vosotros poseeréis la tierra; sino, porque ellos poseerán la tierra 28; y así las otras sentencias hasta la octava a la que añade: Bienaventurados los que padecen persecución por ser honestos, porque de ellos es el reino de los cielos 29. Ahora comienza a hablar dirigiéndose ya a los presentes, si bien es verdad que los aforismos que habían sido enunciados anteriormente, se dirigen también a aquellos que, estando presentes, escuchaban; y éstos, que parecen ser dichos de modo especial para los presentes, se refieren también a los ausentes o a los que vendrán en el futuro. Por lo cual hay que considerar con mucha diligencia este número de las sentencias. Comienza la bienaventuranza por la humildad: Felices los pobres de espíritu, es decir, los que no son hinchados, cuando el alma se somete a la divina autoridad, ya que teme ir a la perdición después de esta vida, aunque, quizás, le parezca ser feliz en esta vida. Como consecuencia llega al conocimiento de la Sagrada Escritura, donde con espíritu de piedad aprende la mansedumbre, para que nunca se propase a condenar aquello que los profanos juzgan absurdo y no se haga indócil sosteniendo obstinadas contiendas. De aquí comienza a entender con qué lazos de la vida presente se siente impedida mediante la costumbre sensual y los pecados. Por consiguiente, en el tercer grado, en el cual se halla la ciencia, se llora la pérdida del sumo bien que sacrificó, adhiriéndose a los más ínfimos y despreciables. En el cuarto grado está presente el trabajo, que se da cuando el alma hace esfuerzos vehementes para separarse de las cosas que le cautivan con funesta delectación. Aquí tiene hambre y sed de honestidad y es muy necesaria la fortaleza, ya que no se deja sin dolor lo que se posee con delectación. En el quinto grado se da el consejo de dejar a un lado a quienes persisten en el esfuerzo, ya que, si no son ayudados por un ser superior, no son absolutamente capaces de desembarazarse de las múltiples complicaciones de tantas miserias. Pues es un justo consejo que, quien quiere ser ayudado por un ser superior, ayude a otros más débiles en aquello en que él es más fuerte. Así pues, felices los misericordiosos, porque a ellos se les hará misericordia 30. En el sexto grado se tiene la pureza del corazón, que, consciente de las buenas obras, anhela contemplar el sumo bien que solo se puede vislumbrar con mente pura y serena. Finalmente, la séptima bienaventuranza es la misma sabiduría, es decir, la contemplación de la verdad que pacifica a todo el hombre al recibir la semejanza de Dios y así concluye: Felices los pacíficos, porque se llamarán hijos de Dios 31. La octava vuelve al principio, ya que muestra y prueba que se ha consumado y perfeccionado. De hecho, en el primero y en el octavo se nombra el reino de los cielos: Felices los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos 32, y felices los que padecerán persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos 33. De hecho, leemos en la Escritura: ¿Quién nos separará de la caridad de Cristo: quizás la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? 34 Son siete, por tanto, las bienaventuranzas que llevan al cumplimiento; pues la octava, como volviendo todavía al principio, clarifica y muestra lo que ha sido cumplido, a fin de que a través de estos grados sean completados también los demás.

LEER MÁS EN:

https://www.augustinus.it/spagnolo/montagna/index2.htm