TENÍAN UN SOLO CORAZÓN Y UNA SOLA ALMA

18.04.2023

Libro de los Hechos de los Apóstoles 4,32-37.

La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos.
Los Apóstoles daban testimonio con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús y gozaban de gran estima.
Ninguno padecía necesidad, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían
y ponían el dinero a disposición de los Apóstoles, para que se distribuyera a cada uno según sus necesidades.
Y así José, llamado por los Apóstoles Bernabé -que quiere decir hijo del consuelo- un levita nacido en Chipre que poseía un campo, lo vendió, y puso el dinero a disposición de los Apóstoles.


Santa Teresa Benedicta de la Cruz

Edith Stein, (1891-1942), carmelita descalza, mártir, copatrona de Europa

Poema "Noche Santa" (traducido de "Malgré la nuit", Ad Solem, 2002, 21; sc©Evangelizo.org)

"Para que todo el que cree, obtenga por él la vida eterna"

Mi Señor y mi Dios, me has conducido por un camino oscuro, pedregoso y duro. 

A menudo, mis fuerzas parecían querer abandonarme, ya casi no esperaba ver un día la luz. 

 Mi corazón se iba petrificando en un sufrimiento profundo, cuando la claridad de una dulce estrella se levantó a mis ojos. 

Fielmente me guió y yo la seguí con paso tímido primero y más seguro después. 

Finalmente llegué delante de la puerta de la Iglesia. Ella se abrió. Pedí entrar. Tu bendición me recibe por las palabras de tu sacerdote. 

En el interior unas estrellas se suceden, unas estrellas de flores rojas que me indican el camino hasta ti… Y tu bondad permite que iluminen mi camino hacia ti. El misterio que debía guardar escondido en lo profundo de mi corazón, puedo desde entonces proclamarlo en voz alta: ¡Creo, confieso mi fe! 

El sacerdote me conduce hasta las gradas del altar, inclino la frente, el agua santa corre sobre mi cabeza. Señor ¿es posible que alguien pueda renacer cuando ya ha transcurrido la mitad de su vida? (Jn 3,4). Tú lo has dicho y para mí se ha hecho realidad. 

El peso de las faltas y las penas de mi larga vida me han dejado. ¡De pie, he recibido el manto blanco colocado sobre mi espalda, símbolo luminoso de la pureza! Llevé en mi mano el cirio cuya llama anuncia que arde tu vida santa en mí. 

Mi corazón desde entonces se convirtió en el pesebre que espera tu presencia. ¡Por poco tiempo! María, tu madre, que es también la mía, me ha dado su nombre. A medianoche deja en mi corazón su hijo recién nacido. 

¡Oh! Ningún corazón humano puede concebir lo que tú preparas a los que te aman (1Cor 2,9). Tú eres mío desde ahora y ya nunca más te dejaré. Dondequiera que vaya la ruta de mi vida, tú estás conmigo. Nada podrá separarme jamás de tu amor (Rom 8,39).